miércoles, 18 de enero de 2023

Poema de la violencia en Brown University


Diluidos por un líquido eficaz.

Al fondo de la sucesión de los actos

o a sus márgenes.

Como en la adolescencia

–solos o abrazados a nuestros enemigos

en una unidad difícil de reconstruir ahora,

difícil de consentir–.

Por tantas huellas dejadas ya de aquí hacia allá,

por tanto vapor en la huida.

Debimos ser como las piedras.

Pero nos movimos,

Pero nos movieron como al animalito exótico

(la soga al cuello

y las uñas curvas al ras del pavimento).

Infancia y adolescencia en el Perú.

Una a una fueron surgiendo las palabras,

una a una fueron sobreponiéndose

–imitando al mar–

en nuestro barrio de purita tierra.

La violencia existió siempre,

filtrándose en los zapatos,

filtrándose a través de los muros.

Pero nuestra mirada era más grande que la violencia,

sabía llevar, sabía traer,

sabía sumergir y renovar las cosas,

las voces, purificar los instintos.

Aunque no fuimos puros, nunca lo fuimos.

La violencia existió siempre,

recortada como un segundo rostro,

como un tercer rostro,

pero no como el rostro definitivo

en nuestras estoicas gentes.

La violencia existió siempre.

aun allá en los juegos,

aun allá en los enamoramientos.

Como la lavaza del bulto que se lava,

como la espuma de la cerveza.

La violencia con sus faldas sucias

y sus caras sucias.

La violencia de zapatones de Celestina

y labios de Urraca.

La violencia del rasposo patio de la vecindad.

(Es por eso que a más de uno nos gustaba

escupir sobre esas paredes

y sobre aquellas del rincón que formaban la casa

creando así transparencias, salidas,

otros túneles de lo humano).

La violencia existió siempre,

pero también existimos nosotros.

La violencia sin todas las variables en la palma de la mano,

justo así como nosotros y como cada uno de ustedes.

La violencia que no controla todo, que felizmente no sabe

lo que sus hijos piensan. La violencia temerosa del futuro

y de las calles tan violentas. La pudorosa violencia que no llama

a las cosas por su nombre, que no se atreve a amar.

La violencia con sus males de ojo. Con su tarde o temprano.

Porque largo la hemos mirado y le hemos sobrevivido.

Porque largo le hemos dado a comer directamente de la mano

y conocemos su hendidura, su hedor, aquello que la hace más feliz.

Por eso pendeja (en peruano) nos reconoce y nos teme,

y se está aquí cerrándonos las piernas. Tal como si no

supiéramos,

ya de sobra.

Tal como si hubiéramos olvidado.

Pedro Granados, El corazón y la escritura (Lima: Banco Central de Reserva del Perú, 1996)

La violencia en el Perú, es obvio, no comienza con lo del jirón Tarata que es cuando nuestras clases medias citadinas recién reparan en ello y empiezan a producir tesis, novelas, cuentos y poemarios. Alguna vez, en el contexto de estar de estudiantes graduados en Brown University y estar conminados -en particular por una profesora militante en la materia- a embutirnos de todo aquello de género y violencia y Latinoamérica, hicimos nuestra propia versión, espero, heterodoxa de todo este asunto.

“Pero nuestra mirada era más grande que la violencia”. Ignorancia, candor, cinismo, soberbia; váyase a saber si es un poco de cada una de estas cosas. Con aquella profesora nuestra, norteamericana, nos llevamos terriblemente mal; hasta que yo deserté, no estudié de esa manera, perdí mi membership y terminé suicidado en el amor varias veces.