jueves, 28 de julio de 2022

Primero es el ritmo

 


Primero es el ritmo. Enseguida, como montada sobre él o fundida con él, viene la palabra, el “verbo” (Génesis). Estamos en un momento cultural donde nos hemos extraviado y nos hemos desconectado del ritmo y, por lo tanto, es muy escasa la experiencia de bumerang. El ritmo atraviesa, oscila, envuelve, retorna y crea comunidad. No son las palabras, a las cuales se las lleva el viento. Y no arropan a nadie, empezando por quienes las pronuncian. Ni a cuadrúpedos ni a humanos. Sin embargo, sonámbula, la poesía hoy por hoy empieza por las palabras. Y acaso incluso con la mejor de las intenciones; se trataría de hacer filosofía con ellas. Aunque, con la peor de aquellas mismas, se trataría de establecer con las palabras un decálogo; unas nuevas tablas de auto-ayuda obligatorias para todo el mundo. La auto-ayuda como una nueva ley, sobre todo, post-coronavirus. Algo nada nuevo; sino que ya ha estado ensayándose y gestándose en toda nuestra región como mecanismo de control del imaginario y del deseo: Acción Poética. Poesía sin “patos” (en tanto catarsis y, asimismo, emblemático post-antropocentrismo) y sin “sombra” (Jung). Comer, oler, tocar, deslizarse, sumergirse, ni qué decir hablar, diseñados dentro del más lobotomizado protocolo. El verbo se ha trocado en puro significante o en algo más o menos así. Y la voz nos va resultando extraña en sí misma e incluso indeseable; hoy intentamos, mucho mejor, ser un palimpsesto, la más pulcra imitación de alguien. Toda la distribución de lo sensible (Rancière) contenida en un chip; aquel decálogo en tan acelerada construcción. Lo mismo en los States como en Bolivia. Un grifo que reposa al fondo del patio y que ya, teniendo cada uno agua en casa, ha pasado de cada vez más obscuro a prácticamente invisible.

Ritmo y poesía: Taller de escrituras (poesía, novela muy corta y ensayo)

Informes: vasinfin@gmail.com


sábado, 23 de julio de 2022

"La forma del confín" Carlos Eduardo Quenaya (Perú)

 


Desde el 2008 (Elogio de otra vana invención) seguimos de cerca la poesía de Carlos Eduardo Quenaya (24 años en aquel entonces); allí decíamos  lo siguiente: “no escribe de antemano como peruano y ese es su primer y gran acierto, un peruano de utilería –progresista o reaccionaria– nos referimos; y más bien lo hace como un ser de otro planeta que, sólo por principio de analogía, está próximo a nosotros”.  Luego, al arribo de su segundo poemario: Los discutibles cuadernos (Lima: Praracaídas/ Tribal, 2012), nos reafirmábamos en nuestras palabras de aliento al joven poeta y filósofo peruano; “Canción”, llevaba por título uno de sus textos:

Procuro grabar aquí una canción parecida a la calma

que hay dentro del pozo. Una quietud de aguas y flores

negras, una sombra rota en miles de jirones, una voz de

mujer rebotando en las paredes, una forma que el tiem-

­po ha detenido y queda abierta. Una permanencia que

es como el corazón. Una estridencia, un resquicio, una

visión. Una alegría. Una espuma lenta cayendo sobre las

cosas que atestiguan que además de mí, el mundo eres

tú el bólido apagando y encendiendo cada día y cada

noche. Lo más negro y lo más hondo que es apenas una

velita delante de tu cara.

Los discutibles cuadernos, a modo de una crítica a la poesía pura, a la poesía acabada o sin fracturas o, incluso, sin desniveles.  O crítica a la poesía, a secas. Boutade, palimpsestos, homenajes en sotto voce a poetas de pocas aunque hondas palabras (Rafael Cadenas, Eielson, Luis Hernández).

De modo complementario, toda crítica a la razón poética, y acaso de modo muy particular en América Latina, es también una crítica cultural.  Y, así sucesivamente, una crítica de la educación, una crítica política y, paulatina aunque  cada vez más enfática en la poesía de nuestro autor, una crítica ontológica.  Desde que, y sin entrar en detalles, por ejemplo para Heidegger el mundo que encontramos sería pre-interpretativo:

“A ti no te gusta cómo nos lame la luz. En el viento arden pestañas devorando la órbita que secuestró la magia”

En algún lado Quenaya ha declarado, asimismo, que sus versos: “Son un recordatorio radical de la escritura como un acto del cuerpo”

Hoy, en La forma del confín (2020), donde: “Jeringa patalea frente a la noche que abastece la complejidad”.  Se trata de nuestro Niño Goyito (aquí “Jeringa”, en tanto lúdico protagonista de todo el presente poemario), el cual ahora enrumba decidido, ¿desde el Perú, desde Arequipa?, hacia el vastísimo espacio ontergaláctico.  De modo previo –tratándose de un relato  “de costumbres”–, su “peruanidad” o su “humanidad” y, con ello, el mismo “Jeringa” (Niño Goyito) viajan reducidos y confinados a un “grumo”.  Aleación  de insumos básicos, este último.  Radical materialidad que torna equivalentes, y no sólo análogos, tanto desechos y secreciones como los más atesorados recuerdos: “el torcido lomo de lo íntimo”.  Goyito entonces, en un embate no exento de sátira e incluso auto-ironía, emprendiendo este definitivo viaje: ¿Ulises de regreso al útero materno?; o, lo que pareciera constituir aquí algo semejante: ¿al reencuentro del tacto?

Tacto

hermoso tacto

escúchame:

Gracias

por siempre gracias

Ni una gozadora entrada a la madera (Neruda) ni un ascético Altazor (Huidobro) que fuera liberándose, cada vez más extasiado, de sucesivas y yuxtapuestas capas de cebolla; nuestro Niño Goyito (“Jeringa”) viaja, por el contrario, desconcertado y cagado en los pantalones.  El humor, entonces, tornando más humano el presente “ascenso” o  “descenso” y desinflándole oportunamente la llanta a la abstracción.  Un vocabulario denso, barroco (casi alucinado) y con puntual peso específico –a lo Adán, a lo Vallejo–da cuenta y colabora en que reparemos y nos solacemos de esta particular búsqueda o hallazgo “del sentido”, el cual, aquí se nos testimonia: “En el cordel borracho las palabras lustrosas se aburren, pero de modo artístico reclaman una venia. La música que en el dolor transcurre se pone de pie.  Atípico de furor, verídico de saltos, Jeringa enrolla sus papeles mágicos”

Carlos Eduardo Quenaya ha encontrado finalmente, en La forma del confín, el tono exacto de su decir –ni Rebelais ni Rilke, solos, sino ambos simultáneos– y el punche que para esta jornada requerían sus palabras; en suma, todos y cada uno de sus aparejos de faena.  Pero el viaje continúa.

Pedro Granados

 


miércoles, 20 de julio de 2022

Postkloaka


                              CLOACA MÁXIMA – ROMA


El egoÍsmo espíritu manipulador

Finalmente bien maquillada mediocridad 

–y aceptada por la institución literaria vigente–

No son exclusividad de los políticos

Lo son sobre todo de los poetas

De aquellos que saben porque no son cojudos

Que en el fondo no lo son ni les interesa ser

Salvo alguna vez de muchachos o más lejos

De criaturas acaso convocadas para ello

¿Qué son ahora y qué es hoy el corro de “asistentes”

De aquella postkloaka máxima?

Pues constituyen semejante y maloliente 

Jurado nacional e internacional

Que corta y mancha con análogo cuchillo

Entre lo que debe leerse y lo que no existe

En la poesía

Hasta qué niveles de lameculeo hemos llegado

En esto de la literatura

En esto de la política

Que no constituyen lo mismo

Pero cuyos terrenos hace rato ya 

Algunos los allanaron

Para leer más fácil la poesía

Buenos y malos depredación sustentabilidad

Contaminación extrema es de lo que padecen

Que la Kloaka jamás estuvo 

Sino dentro de sí mismos

Vayan a tomarle el pelo a otro

La abundante cabellera a otra

Rechazo este clan enfrenté siempre a este consorcio

No pasarán


©Pedro Granados, 2022


martes, 19 de julio de 2022

MUROS ATRÁS

 


[Un muro de cerca]

Un muro de cerca. Porosidad.

Textura. Muchedumbre. Avidez.

Lejos de mis muros, ahora.

Lejos de mi sexualidad de niño

y de adolescente. La delicadeza.

Lejos del consuelo profundo de

cierta promiscuidad con los muros.

Florecidos sentimientos de amor hacia mi madre.

Muros. Juegos con los muros.

Entre los muros.

La historia universal resuelta sobre un muro.

Sin libros.

La turbia locuacidad

de las paredes desnudísimas de mi

infancia. El incomprensible cariño

de los ecos mudos. Los antiecos.

Lucho no sale a jugar, está haciendo

sus tareas. Frente a la casa de Angélica

ni preguntar. Y yo jugando vanamente

con una pelota de jebe

contra los muros. Botes.

Todas las cosas lejanas y cercanas.

Todas las cosas entreveradas

simultáneamente.

Arena. Espinas. Altorrelieves.

Todas las cosas imantadas allí.

Caras. Olores. Nubes.

Todas las cosas delicadas allí.

Tiernamente adheridas. Labios.

El corazón y la escritura (1996)

 

[Sobre el cemento fresco]

Sobre el cemento fresco

del mudo mar de mi ciudad

–entre los tristes botes

del muelle de pescadores–

echo mis redes. Desanudadas

mis preguntas

son unos desechos más

sobre la imantada superficie.

Sombras efímeras

mis anhelos.

Quiero morir. Morir.

Ponerme al día,

como dijo alguna vez de viejo

mi cansado padre.

Quiero morir

y hacer todo de nuevo.

(Inédito, escrito probablemente en 1987)

 

[Pasé el muro]

Para Rosario

Pasé el muro

Vuelvo a él y lo atisbo

Viejas serpientes levantadas

Sobre la piel de la piedra

Serpientes después del barro

El fuego el amor

El descuartizamiento

Juguetes de la infancia

Que abren sus ojos

Mientras atónitos

Los integrábamos

Nos integraban

A sus juegos

Aquellos del gozo

De la más sencilla

Y cotidiana eternidad

Vuelvo pues a mí mismo

Al olvido

A la muerte de mí mismo

Con el rabillo del ojo

Más bien lo oteo

Entre el fango

Entre la piedra

Entre las sobras de mi corazón

Todavía erguido

(Inédito)


lunes, 4 de julio de 2022

Para Germán siempre, hermano y maestro

 


[Cada vez me parezco más...]

Cada vez me parezco más a mi hermano Germán.

Huaco Mochica, cabeza jíbara, ojos de lagarto.

Cierta timidez esencial nos iguala,

cierta desenfocada imagen que se la lleva el viento.

El transita ahora por la economía informal

y siempre fue el más indio de la familia,

yo estoy ligado a una gran institución extranjera

y siempre fui como el marqués de la familia.

Nos unen muchos rasgos comunes,

sobre todo en el abatimiento:

una suerte de aprehensión en el rostro,

cierta manera de lucir los dientes — los suyos postizos —

como pato dentado

(un palmípedo volador

que comía ostras).

Así es mi hermano,

así soy yo,

bueno con los dientes

para encontrar la última carnecita — la escondida —

en ese rincón de sobrevivientes

que es el Perú.

De su bondad — de la de mi hermano —

mejor no hablo.

Aunque se parece a la del anticucho,

puro corazón atravesado.