viernes, 17 de junio de 2022

[Creo en la poesía dominicana culta ]

 


Creo en la poesía  dominicana culta

Aunque muchísimo más creo en la inculta

Del s.XX, si no por un pelito, será casi atemporal

La poesía de Carlos Rodríguez

Ya que ha sabido decantar su voz

La cual ha mutado en entretenerse

Sobre las piedras o la arena

De cualquier playa de su Santo Domingo

Sencilla humilde íntima

Radicalmente antitética a Trujillo

Dictador del que aún no nos sacudimos

Del que no puede prescindir la literatura

Ni la poesía culta dominicana

Muy aparte de géneros o de sexos

Todos muy enfáticos de cuanto ignoramos

Ahora, el piano de Enriquillo Sánchez resulta muy entretenido

Cualquiera que desee conocer el habla de la calle

Puesta en papel

Tendría que echar mano de Enriquillo

Alexis se dejó engatusar por Neruda, y jamás salió de allí

Salvo cuando la muerte ya asomaba a su puerta (siempre abierta)

Las mujeres que me perdonen, pero aún sigo esperándolas

Aunque, por si todavía no se han dado cuenta,

La inteligencia de Armandito Almánzar Botello prevalece

Prevalecerá entre los muchachos

Muchachas seres andróginos máquinas

Corro apretado dentro de una nave espacial

Denominada Antillas

Entre los más nuevos, mientras plagien con tanto fervor

Como la crítica literaria del medio o de la media isla

Todo les irá muy bien

Aunque sólo para ustedes entre ustedes para nadie más

Y acaso esto sea suficiente

 

(Adenda de Breve teatro para leer: Poesía dominicana reciente)

©Pedro Granados, 2022



jueves, 2 de junio de 2022

La forma del confín/ Carlos Eduardo Quenaya

 


Se presenta este sábado 4 de junio, a las 7pm, en la librería-café VALLEJO de la Av. Camino Real (San Isidro).

Desde el 2008 (Elogio de otra vana invención) seguimos de cerca la poesía de Carlos Eduardo Quenaya (24 años en aquel entonces); allí decíamos  lo siguiente: “no escribe de antemano como peruano y ese es su primer y gran acierto, un peruano de utilería –progresista o reaccionaria– nos referimos; y más bien lo hace como un ser de otro planeta que, sólo por principio de analogía, está próximo a nosotros”.  Luego, al arribo de su segundo poemario: Los discutibles cuadernos (Lima: Praracaídas/ Tribal, 2012), nos reafirmábamos en nuestras palabras de aliento al joven poeta y filósofo peruano; “Canción”, llevaba por título uno de sus textos:

Procuro grabar aquí una canción parecida a la calma

que hay dentro del pozo. Una quietud de aguas y flores

negras, una sombra rota en miles de jirones, una voz de

mujer rebotando en las paredes, una forma que el tiem-

­po ha detenido y queda abierta. Una permanencia que

es como el corazón. Una estridencia, un resquicio, una

visión. Una alegría. Una espuma lenta cayendo sobre las

cosas que atestiguan que además de mí, el mundo eres

tú el bólido apagando y encendiendo cada día y cada

noche. Lo más negro y lo más hondo que es apenas una

velita delante de tu cara.

Los discutibles cuadernos, a modo de una crítica a la poesía pura, a la poesía acabada o sin fracturas o, incluso, sin desniveles.  O crítica a la poesía, a secas. Boutade, palimpsestos, homenajes en sotto voce a poetas de pocas aunque hondas palabras (Rafael Cadenas, Eielson, Luis Hernández).

De modo complementario, toda crítica a la razón poética, y acaso de modo muy particular en América Latina, es también una crítica cultural.  Y, así sucesivamente, una crítica de la educación, una crítica política y, paulatina aunque  cada vez más enfática en la poesía de nuestro autor, una crítica ontológica.  Desde que, y sin entrar en detalles, por ejemplo para Heidegger el mundo que encontramos sería pre-interpretativo:

“A ti no te gusta cómo nos lame la luz. En el viento arden pestañas devorando la órbita que secuestró la magia”

En algún lado Quenaya ha declarado, asimismo, que sus versos: “Son un recordatorio radical de la escritura como un acto del cuerpo”

Hoy, en La forma del confín (2020), donde: “Jeringa patalea frente a la noche que abastece la complejidad”.  Se trata de nuestro Niño Goyito (aquí “Jeringa”, en tanto lúdico protagonista de todo el presente poemario), el cual ahora enrumba decidido, ¿desde el Perú, desde Arequipa?, hacia el vastísimo espacio ontergaláctico.  De modo previo –tratándose de un relato  “de costumbres”–, su “peruanidad” o su “humanidad” y, con ello, el mismo “Jeringa” (Niño Goyito) viajan reducidos y confinados a un “grumo”.  Aleación  de insumos básicos, este último.  Radical materialidad que torna equivalentes, y no sólo análogos, tanto desechos y secreciones como los más atesorados recuerdos: “el torcido lomo de lo íntimo”.  Goyito entonces, en un embate no exento de sátira e incluso auto-ironía, emprendiendo este definitivo viaje: ¿Ulises de regreso al útero materno?; o, lo que pareciera constituir aquí algo semejante: ¿al reencuentro del tacto?

Tacto

hermoso tacto

escúchame:

Gracias

por siempre gracias

Ni una gozadora entrada a la madera (Neruda) ni un ascético Altazor (Huidobro) que fuera liberándose, cada vez más extasiado, de sucesivas y yuxtapuestas capas de cebolla; nuestro Niño Goyito (“Jeringa”) viaja, por el contrario, desconcertado y cagado en los pantalones.  El humor, entonces, tornando más humano el presente “ascenso” o  “descenso” y desinflándole oportunamente la llanta a la abstracción.  Un vocabulario denso, barroco (casi alucinado) y con puntual peso específico –a lo Adán, a lo Vallejo–da cuenta y colabora en que reparemos y nos solacemos de esta particular búsqueda o hallazgo “del sentido”, el cual, aquí se nos testimonia: “En el cordel borracho las palabras lustrosas se aburren, pero de modo artístico reclaman una venia. La música que en el dolor transcurre se pone de pie.  Atípico de furor, verídico de saltos, Jeringa enrolla sus papeles mágicos”

Carlos Eduardo Quenaya ha encontrado finalmente, en La forma del confín, el tono exacto de su decir –ni Rebelais ni Rilke, solos, sino ambos simultáneos– y el punche que para esta jornada requerían sus palabras; en suma, todos y cada uno de sus aparejos de faena.  Pero el viaje continúa. PG