La vigencia del Jardín de las Delicias de El Bosco en la poesía actual es notable. Su influencia no se limita a ser una simple referencia visual, sino que su enigmática y compleja simbología moralista y su (pre) surrealismo resuenan en la literatura contemporánea: Rafael Alberti u Olga Orozco, por ejemplo. En esencia, la poesía actual encuentra en el Jardín de las Delicias una fuente inagotable de metáforas, imágenes y reflexiones sobre la condición humana ante un mundo caótico que, a pesar de los siglos, siguen siendo sorprendentemente pertinentes.
Sirva esta sumaria introducción para, asimismo, referirnos al último poemario de Indran Amirthanayagam, El bosque de deleites fratricidas (2025), oximorónico en sí mismo, cuyo título y propuesta conecta con aquel famoso cuadro. Aunque más que surrealismo, en estricto, y crítica social, en este poemario deberíamos hablar de ética y risa. Esta última, por cierto, conectada a lo automático, a lo gratuito y, consecuentemente, también a lo inconsciente. Ahora, el humor en este poemario, y valgan verdades en lo que va de la poesía de Indran Amirthanayagam, es complejo e incluso en apariencia insólito; aparece en situaciones más o menos previsibles, aunque también en contextos donde no cupiera el humor ni, menos, la risa. ¿Carencias o dubitaciones de un escritor políglota (inglés, francés, portugués, creole haitiano) y traductor cuando decide escribir en español? En principio eso creíamos o estuvimos tentados a creer. Pero ahora, ante este nuevo poemario, sostenemos que aquella risa sorda y desubicada en muchos textos del poeta ceilandés constituyen, precisamente, la zona inconsciente o involuntaria de sus textos; y también, una, muy interesante o productiva. La cual, de un modo por demás articulado, coincide con el lema de su libro, El bosque de deleites fratricidas, en tanto y en cuanto éste pasa a mutar en Jardín de las Delicias. La risa, lo sostienen los neurólogos, constituye una forma de comunicación innata heredada de los primates (por lo tanto común a todos) y, paradójicamente, está motivada por un estímulo cómico en una minoría de los casos cotidianos. Suele aparecer, de forma más o menos simulada, como complemento emocional de los mensajes verbales; es decir, como signo o síntoma de otra cosa. En otras palabras, aquella aclimatación sutil e insospechada entre lo ético y la risa, otorga a esta poesía un sesgo que se maneja entre la esquizofrenia textual o el arte intencional de un Groucho Marx. De esta manera, en estos versos, no nos hallaríamos ante una poesía socialmente comprometida o de auto ayuda más; sino, sotto voce, ante intensos y grotescos retablos del absurdo. Donde, por un lado, avizoramos la luz de una salida; pero, por el otro, continuaríamos en la sombra de la caverna. Esta recepción, al menos por parte de este lector, ¿disminuye el valor de esta obra? En absoluto, más bien, creemos, se pone a real altura de nuestras individuales y sociales decepciones; aunque, paralelamente, adultas y conscientes esperanzas. P.G.