martes, 15 de agosto de 2017

Asteriscos

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Tú me haces volar. Y comprobar, como hace la lengua de cualquier animal, lo mucho que te amo. Apretados contra un muro. Contra la historia que lentamente nos come, que nos comerá sin apenas despeinarse. A ver, en orden. Todo el cromatismo del amor que he conocido. Y entre todos ellos uno. El que menos amo. El que todos los días me hace aprender a amar. El que voluntariamente me encuentro amando. Como la tierra o el pavimento sobre el cual duerme cualquier animal.
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Soy de Foz por ahora. Del granizo que nos hace percibir muy cerca al invisible sur. Que nos obliga a leer al granizo de modo distinto y, a la vez, igual al que tampoco nos cae en los andes porque siempre lo evitamos. Cojudos no somos. Más bien hartamente cuerdos y despiertos y políticos y risibles como todo el mundo. Con políticas a mí. Con el amor a mí. Con todo lo conocido a mí. Aparto mi brazo de mi cuerpo y encuentro tu brazo. Un girasol de mi tamaño y sonrío. Hablo a ese girasol como un animal. Porque está allí. Si no estuviera allí no le miraría ni le hablaría. Y porque ese girasol da buena sombra me acuesto a su regazo.


domingo, 13 de agosto de 2017

Ayahuasca sin ayahuasca Vallejo


Comprobamos en la UFAC (Rio Branco, Acre, Brasil), junio 5-9, y de modo fehaciente, que César Vallejo no es sólo un gran poeta; sino también –por cierto, no únicamente entre los Andes y la Amazonía–  un extraordinario mediador conceptual.  Sobre todo cuando propusimos poner en paralelo, en el aula, nuestras lecturas autobiográficas o auto-ficcionales de “Borges y yo” (El hacedor, 1960) y “Huaco” (Los heraldos negros, 1918).  A través de este ensayo fue patente ver cómo tenemos en la poesía del peruano una alternativa al “giro lingüístico” que representa la obra de Jorge Luis Borges.  Por lo tanto, percibir el modo cómo del humanismo (autobiografía en tanto “autenticidad”, susceptible de evaluarse por la historia, psicología, sociología, etc.), pasamos al concepto de autobiografía como “escritura” (personificación o prosopopeya). Y de aquí al posthumanismo o mejor cabría denominar multinaturalismo o “giro ontológico” –que no tiene ya más al hombre como centro, sino que junta cultura y naturaleza– el cual ilustra, repetimos, sobremanera la obra de César Vallejo.  Tercera vía –respecto al humanismo y al “antihumanismo” del “giro lingüístico”  – la advertida ya por los estudiosos brasileños Tânia Stolze Lima y, de modo acaso más sostenido, Eduardo Viveiros de Castro desde 1996.  En este sentido, no dudamos que desde ahora mismo e incluso más en los próximos años –aunque para bien, porque se va en busca del  sentido— se configure todo un fenómeno epistémico global; algo semejante a un “Ayahuasca sin ayahusca Vallejo”.  Que esto último no constituya depredación y poesía.  Que queden algunos réditos por aquí y que aquello no se patente –en exclusiva– en el primer mundo, depende únicamente de nosotros.  Poesía, la del peruano, toda ella poderosa y limpia; libre de toxinas, adulteraciones  o agotadores viajes.

martes, 25 de julio de 2017

LAVAR LA POESÍA (Manifiesto para completar)



Contra el desmadre de la media del ego

Y contra la literatura de auto-ayuda

Que se va tomando las paredes de las calles

No, a la acción poética

Sí, a la acción de la poesía

Entre nuestros muros

No, al exótico que se jacta de su exotismo

Ni al renacentista que no la ve

Sí, al díscolo,

Que no cuenta sus versos y le atina

Sí, al que no luce su letrero de post-autónomo

Porque antes ya muchos hicieron poesía por él

Entre los primerísimos, su propia madre

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Cada vez me parezco más a mi hermano Germán


Filmado hace algunos años (¿2000?) en un sótano del barrio de East Boston (Mass, USA)
Videasta: Alberto Roblest (México)
Traductor: Alan Smith Soto (Costa Rica)

lunes, 17 de julio de 2017

Recuerdo de Eielson

He tenido (tengo) algunos mentores fundamentales para mi vocación y dedicación –conscientemente desde los quince años– a la poesía: mi madre, Lastenia; mi hermano Germán (obrero-poeta); Martín Adán (algunos conocen la anécdota de que la lectura de mi libro, Juego de manos, precipitó su deceso); Javier Sologuren a quien , hacia mis veinte años, visitaba eventualmente en su casa de Los Ángeles, Chosica; Manuel Velásquez Rojas, que reseñó mi primer poemario, Juego de manos (1978), con generosidad suma;  y también, por supuesto, Jorge Eduardo Eielson, a quien leí y él también me leyó.

domingo, 16 de julio de 2017

15 años de los “Poetas vivos y más vivos del Perú”

“Los poetas vivos y más vivos del Perú (y también de otras latitudes)” es un texto de 2002, aunque creemos que luego de 15 años sigue fresco.  En general, me reafirmo en lo que escribí allí.  Aunque añadiría que también ya me hastió, en tanto poeta, Carlos López Degregori (el cual se “salvó” en el texto primigenio), por unidimensional; es decir, por no dar pistas de que saldrá algún día de su monólogo y conflictos de clase media, de su narcisismo ya rancio.  Y, también, agregar que el mayor aporte de Mario Montalbetti a la literatura y al pensamiento del Perú, fue el haber llevado –hacia los años ochenta– los recitales de poesía al Olivar de San Isidro.  Asimismo, que la noria del “Taller de poesía de San Marcos” –que dirigen o dirigieron Marco Martos con Hildebrando Pérez por cerca de medio siglo– fue lo segundo peor que le ocurrió a la poesía peruana; por contentarse y fomentar –bueno, acaso los tiempos no daban para otra cosa– el hipo-realismo bajo todas sus formas, prototipos de poetas incluido.  Decimos lo segundo peor, porque lo primero siguen siendo los versos y la crítica de poesía o de arte que publica los domingos El Comercio; verbigracia, los párrafos de porfiado de J.C. Yrigoyen o los del invariablemente precoz S. Pimentel.  Lo que urge más en nuestra poesía trasatlantica es talento y, en seguida, valentía, imaginación y buen humor para sacarlo adelante.  La poesía es un don, pero al mismo tiempo “la poesía es dignidad” (acaso el mejor verso de Luis Hernández Camarero).  Por lo tanto, debemos hacernos dignos de ese don que constituye, a la larga, una sensibilidad que se sabe colectiva –como en su radical individualidad lo supo siempre César Vallejo– aunque ni políticos ni asesores de alguna cosa ni comerciantes ni profesores, de puro metidos, van a reconocer que no son poetas.  Por más teoría de la recepción que en su descargo los socorra o post-autonomía de la literatura que intente ampararlos.
En fin, de cara al futuro, me provoca establecer un balance de la crítica de la poesía peruana, digamos, post-Mariátegui.  Y, también, de la crítica a nivel de la región o, más bien, trasatlántica.  La poesía es su crítica.  Labor por ahora complicada porque –para variar– carezco de auspicios; aunque de algún modo mi manuscrito engavetado, “Autismo comprometido: sobre poesía hispana reciente”,  brinda ya algunas luces.  Lo que sí podría anticipar es que en este periodo hemos tenido la suerte de tener pésimos lectores de poesía; gracias a los cuales reaccionamos e intentamos cultivar  nuestro propio huerto.  Entre tozudos reaccionarios/ as –que no aceptan, por ejemplo, sea el “cholito” César Vallejo, y no el clan Cisneros, el que realmente da la cara al mundo por el Perú — o lectores “comprometidos”  que, de modo invariable,  confunden la poesía con un discurso de ocasión.  Fascistoides que trajinan a Eguren, hombre humilde y poeta probo, lo jalonan de aquí para allá para oponerlo a Vallejo; como si  éste no hubiera sido el primero en reconocer la grandeza de Eguren, y dejara a nosotros percatarnos que este último está ya íntegro como una parte de Vallejo (sobre todo en Los heraldos negros).  Sin embargo, es justo advertirlo, en el periodo también hemos contado con algunos excelentes lectores  de poesía: Beatriz Sarlo, Julio Ortega, Amálio Pinheiro, Boris Schnaiderman o Teresa Guillén, a modo de muestra.

jueves, 13 de julio de 2017

¿Cómo se reconoce inmediatamente un buen poema?

-¿Cómo se reconoce inmediatamente un buen poema?
Si al leerlo anda como en otra parte.
-¿Cómo reconocemos uno malo?
Si se empecina en deleitarnos, enseñarnos, enternecernos, sujetarnos a la pata de su alegría o de su dolor.

Hemos recibido –con vivo apetito y curiosidad– los ensayos, reseñas y notas que, sobre poesía, Pedro Granados ha venido publicando en la Internet y que han sido –son– fundamentalmente una invitación para discutir, para agitar lo de sobra conocido y, muy a menudo, también para ponernos sobre la pista de un poeta, un poema, una imagen, una idea que nos acompaña y que resulta, a la larga, una especie de ventana para mirar y escuchar y retornar más ventilados y ligeros; mejor dispuestos, tal vez, a la poesía.
Esta mirada de Pedro cumple con lo que los lectores de poesía esperamos, al menos los que creemos que leer poesía puede ser también una forma de jugarnos la camisa (para decirlo a la manera de un poema suyo). Porque es difícil encontrar otro nombre, entre nuestros actuales críticos y reseñistas, que pueda acompañar al autor de Prepucio carmesí en este intento por proponer una lectura persuasiva y audaz de lo que pasa en el ámbito de la poesía hispana reciente. Y no, obviamente, porque la crítica –ni siquiera la de poesía – haya pasado de moda.
Allí donde la crítica se vuelve monocorde, astuta o ensimismada en su cómoda cháchara, la poesía simplemente pasa de largo. El autismo de este libro viene de la mano, felizmente, de una transparente hondura, de sutiles e iluminadores hallazgos y, sobre todo, de una alegre sabiduría que se transmite con la anuencia y complicidad del lector.
Carlos Eduardo Quenaya (Arequipa – Perú, 1984). Poeta y filósofo.