Ayudado por el viento y el río
reviso mis poemas.
Nada son aún
pues penden de mi boca:
ni una piedra con moho
ni una lengua de agua.
A bajo vuelo, soy la gaviota
que husmea el pez.
El fuego que no es el sol (Lima: Ediciones de los Lunes, 1993)
[No conozco Nueva York]
No conozco Nueva York,
todavía no conozco nada
de Nueva York.
Ayer me llevaron a Jones Beach:
gente morena como en cualquier playa de Lima,
mar marrón,
gaviotas enormes entre otras más enormes todavía.
También, como siempre, el amor
desfigurándome el rostro, haciéndome un monstruo
en Lima, Madrid o Jones Beach.
La garra del amor.
Y ahora estoy limpiando un cuarto
y acomodando una pequeña biblioteca
y escribiendo
–echado de sexo sobre una alfombra violeta–
sobre Jones Beach o sobre Pessoa
o sobre la poesía íntegra de Alejandro Romualdo
o sobre los argonautas de Malinowski,
libros que he revisado hace un momento.
Como un mono amante de una reina
como una serpiente llamando
a la puerta de un pubis
como una fiera dentellando las fauces.
Así escribí siempre y así escribo ahora,
antes de vomitar para no morirme de hambre
como en un festín romano.
O antes de llamar a un teléfono que no suena,
que no puede sonar porque está muy lejos,
que no debe sonar
porque ya no existe.
El muro de las memorias (Ithaca, NY: Latin American Books, 1989)
A Manoli
Camino sobre las aguas congeladas del lago Cayuga
con algo de humano sobre el hielo.
A mi derecha los patos tranquilos y las inquietas gaviotas
y yo queriendo predecir
qué hay más allá del hielo de la rutina,
del hielo de lo posible.
Las ramas desnudas de un árbol cercano
me dicen de los caminos múltiples y tangibles,
también ellas quisieran predecir.
Pero vuelvo la mirada sobre esta orilla increíble,
inesperada,
y puedo dar testimonio de su certeza y realidad.
Como de las líneas imaginarias de las ramas de aquel árbol
separadas y enredadas todas
en un punto que alcanzo apenas a distinguir.
El muro de las memorias (Ithaca, NY: Latin American Books, 1989)
[Estoy en Main Street , Buffalo]
Estoy en Main Street , Buffalo,
persiguiendo un sueño por la vía del tranvía.
Frente a mí los edificios son juguetes
que han olvidado de guardar.
Todo está en calma.
Nada es imposible.
Mi vida podría cambiar con una sonrisa
a la luna.
Estos son los últimos acontecimientos:
ya soy lector de Cornell University,
y ahora viene con sus ojos muy juntos el tranvía.
También puedo llorar con los últimos acontecimientos.
Pero mejor es sonreír,
hasta que se queme la última bombilla
de este jirón infinito,
hasta que recojan esta despensa
de vivos colores.
Mi vida podría cambiar con una sonrisa.
El muro de las memorias (Ithaca, NY: Latin American Books, 1989)
[En medio del ruido]
En medio del ruido. En medio de las imágenes asociadas a estos
Ruidos. Imágenes que empapelan poco a poco esta soledad.
Imágenes de mis semejantes de esta hora: negros, latinos, grin-
gos pobres que acuden a su laundry dominical en Pawtucket.
Imágenes asociadas a mis semejantes –para los ojos de unos y de
otros–, imágenes de panteras, de ovejas, de anfibios, de ángeles
anónimos. En medio del ruido. Entre la voracidad de los
tragamonedas y el vapor de la atmósfera. Entre la distinta
población de ángeles que se aglomeran a contemplar la escena.
Hombres y ángeles hipnotizados ante las máquinas que giran y
giran sin cesar. Calcetines azules, bragas verdes, toallas amarillas,
sábanas percudidas puestas a menearse sin tregua. Consumo
barato. Carne de cañón. Astronautas expertos en este vertiginoso
laundry de Pawtucket.
El corazón y la escritura (Lima: BCRP, 1996)
Poema de la violencia en Brown University
Diluidos por un líquido eficaz.
Al fondo de la sucesión de los actos
o a sus márgenes.
Como en la adolescencia
–solos o abrazados a nuestros enemigos
en una unidad difícil de reconstruir ahora,
difícil de consentir–.
Por tantas huellas dejadas ya de aquí hacia allá,
por tanto vapor en la huida.
Debimos ser como las piedras.
Pero nos movimos,
Pero nos movieron como al animalito exótico
(la soga al cuello
y las uñas curvas al ras del pavimento).
Infancia y adolescencia en el Perú.
Una a una fueron surgiendo las palabras,
una a una fueron sobreponiéndose
–imitando al mar–
en nuestro barrio de purita tierra.
La violencia existió siempre,
filtrándose en los zapatos,
filtrándose a través de los muros.
Pero nuestra mirada era más grande que la violencia,
sabía llevar, sabía traer,
sabía sumergir y renovar las cosas,
las voces, purificar los instintos.
Aunque no fuimos puros, nunca lo fuimos.
La violencia existió siempre,
recortada como un segundo rostro,
como un tercer rostro,
pero no como el rostro definitivo
entre nuestras estoicas gentes.
La violencia existió siempre.
aun allá en los juegos,
aun allá en los enamoramientos.
Como la lavaza del bulto que se lava,
como la espuma de la cerveza.
La violencia con sus faldas sucias
y sus caras sucias.
La violencia de zapatones de Celestina
y labios de Urraca.
La violencia del rasposo patio de la vecindad.
(Es por eso que a más de uno nos gustaba
escupir sobre esas paredes
y sobre aquellas del rincón que formaban la casa
creando así transparencias, salidas,
otros túneles de lo humano).
La violencia existió siempre,
pero también existimos nosotros.
La violencia sin todas las variables en la palma de la mano,
justo así como nosotros y como cada uno de ustedes.
La violencia que no controla todo, que felizmente no sabe
lo que sus hijos piensan. La violencia temerosa del futuro
y de las calles tan violentas. La pudorosa violencia que no llama
a las cosas por su nombre, que no se atreve a amar.
La violencia con sus males de ojo. Con su tarde o temprano.
Porque largo la hemos mirado y le hemos sobrevivido.
Porque largo le hemos dado a comer directamente de la mano
y conocemos su hendidura, su hedor, aquello que la hace más feliz.
Por eso pendeja (en peruano) nos reconoce y nos teme,
y se está aquí cerrándonos las piernas. Tal como si no
supiéramos,
ya de sobra.
Tal como si hubiéramos olvidado.
El corazón y la escritura (Lima: BCRP, 1996)