1
Acercarse al papel
como un anónimo calígrafo.
Con trazos rápidos
ir dejando en los espacios en blanco
tu alma.
El resto. La tinta
que hormiguea al sol
–lo oscuro multitudinario–
dejarlo para contraste
con tu alma
Soledad y compañía,
quietud y movimiento.
Pasos marcados y acumulados
sobre una fina superficie de sal.
Tu misma mirada
estrellándose
contra la página
en la lectura.
Algo que no es la arena sola
ni únicamente el mar. La playa.
2
Una raya vertical
es suficiente.
Una raya oscura y constante.
Ni pensar ni sentir ni actuar.
Sólo dejar fluir esa raya.
Sólo dejar esa puerta entreabierta.
Sólo fluir y fluir
hasta que el trazo sin interrupciones
seas tú mismo sin interrupciones.
Sólo dejar esa vena a su antojo.
Sólo dejarla correr y desdibujarte.
3
Hacer volar el papel arriba
como un naipe,
y en su descenso escribir sobre él
a vuelamano.
Con la convicción de que no faltan
ninguna de las letras del alfabeto.
Y mucho menos aquéllas de tu nombre.
4
Así, leves y al mismo tiempo
decididos,
trazar la raya horizontal del horizonte.
Interrumpidos, acaso,
por un levísimo resplandor.
Por una díscola palabra detenidos.
5
Imitar esa rama
olvidada de sí
con la tinta del paisaje.
© Pedro Granados
Luego de 30 años, al presente, y un tanto como todo lo que voy escribiendo-pensando ahora mismo, se me ocurre que en “Caligrafías” (poema no publicado en libro) incorpora y traba varios intereses que en mi trabajo vienen desde 1994 o incluso antes. Entre ello, por ejemplo, cierto ejercicio de automatismo (y su impronta freudiana o no), la gravitación de la mirada (y el ser mirado), la escritura (la poesía) como un espacio liminar vinculado a nuestra propia identidad, la certeza en la poesía, la memoria en tanto presente, la recurrencia en aquel espacio del “resplandor” o del Sol, la naturaleza que –a la larga– es la que toma la iniciativa y nos incluye en ella (gesto posantropocéntrico). P.G.