domingo, 26 de junio de 2022
viernes, 17 de junio de 2022
[Creo en la poesía dominicana culta ]
Creo en la poesía dominicana culta
Aunque muchísimo más creo en la inculta
Del s.XX, si no por un pelito, será casi atemporal
La poesía de Carlos Rodríguez
Ya que ha sabido decantar su voz
La cual ha mutado en entretenerse
Sobre las piedras o la arena
De cualquier playa de su Santo Domingo
Sencilla humilde íntima
Radicalmente antitética a Trujillo
Dictador del que aún no nos sacudimos
Del que no puede prescindir la literatura
Ni la poesía culta dominicana
Muy aparte de géneros o de sexos
Todos muy enfáticos de cuanto ignoramos
Ahora, el piano de Enriquillo Sánchez resulta muy entretenido
Cualquiera que desee conocer el habla de la calle
Puesta en papel
Tendría que echar mano de Enriquillo
Alexis se dejó engatusar por Neruda, y jamás salió de allí
Salvo cuando la muerte ya asomaba a su puerta (siempre abierta)
Las mujeres que me perdonen, pero aún sigo esperándolas
Aunque, por si todavía no se han dado cuenta,
La inteligencia de Armandito Almánzar Botello prevalece
Prevalecerá entre los muchachos
Muchachas seres andróginos máquinas
Corro apretado dentro de una nave espacial
Denominada Antillas
Entre los más nuevos, mientras plagien con tanto fervor
Como la crítica literaria del medio o de la media isla
Todo les irá muy bien
Aunque sólo para ustedes entre ustedes para nadie más
Y acaso esto sea suficiente
(Adenda de Breve teatro para leer: Poesía dominicana reciente)
©Pedro Granados, 2022
jueves, 2 de junio de 2022
La forma del confín/ Carlos Eduardo Quenaya
Desde el 2008 (Elogio de otra vana invención) seguimos de cerca la poesía de Carlos Eduardo Quenaya (24 años en aquel entonces); allí decíamos lo siguiente: “no escribe de antemano como peruano y ese es su primer y gran acierto, un peruano de utilería –progresista o reaccionaria– nos referimos; y más bien lo hace como un ser de otro planeta que, sólo por principio de analogía, está próximo a nosotros”. Luego, al arribo de su segundo poemario: Los discutibles cuadernos (Lima: Praracaídas/ Tribal, 2012), nos reafirmábamos en nuestras palabras de aliento al joven poeta y filósofo peruano; “Canción”, llevaba por título uno de sus textos:
Procuro grabar aquí una canción parecida a la calma
que hay dentro del pozo. Una quietud de aguas y flores
negras, una sombra rota en miles de jirones, una voz de
mujer rebotando en las paredes, una forma que el tiem-
po ha detenido y queda abierta. Una permanencia que
es como el corazón. Una estridencia, un resquicio, una
visión. Una alegría. Una espuma lenta cayendo sobre las
cosas que atestiguan que además de mí, el mundo eres
tú el bólido apagando y encendiendo cada día y cada
noche. Lo más negro y lo más hondo que es apenas una
velita delante de tu cara.
Los discutibles cuadernos, a modo de una crítica a la poesía pura, a la poesía acabada o sin fracturas o, incluso, sin desniveles. O crítica a la poesía, a secas. Boutade, palimpsestos, homenajes en sotto voce a poetas de pocas aunque hondas palabras (Rafael Cadenas, Eielson, Luis Hernández).
De modo complementario, toda crítica a la razón poética, y acaso de modo muy particular en América Latina, es también una crítica cultural. Y, así sucesivamente, una crítica de la educación, una crítica política y, paulatina aunque cada vez más enfática en la poesía de nuestro autor, una crítica ontológica. Desde que, y sin entrar en detalles, por ejemplo para Heidegger el mundo que encontramos sería pre-interpretativo:
“A ti no te gusta cómo nos lame la luz. En el viento arden pestañas devorando la órbita que secuestró la magia”
En algún lado Quenaya ha declarado, asimismo, que sus versos: “Son un recordatorio radical de la escritura como un acto del cuerpo”
Hoy, en La forma del confín (2020), donde: “Jeringa patalea frente a la noche que abastece la complejidad”. Se trata de nuestro Niño Goyito (aquí “Jeringa”, en tanto lúdico protagonista de todo el presente poemario), el cual ahora enrumba decidido, ¿desde el Perú, desde Arequipa?, hacia el vastísimo espacio ontergaláctico. De modo previo –tratándose de un relato “de costumbres”–, su “peruanidad” o su “humanidad” y, con ello, el mismo “Jeringa” (Niño Goyito) viajan reducidos y confinados a un “grumo”. Aleación de insumos básicos, este último. Radical materialidad que torna equivalentes, y no sólo análogos, tanto desechos y secreciones como los más atesorados recuerdos: “el torcido lomo de lo íntimo”. Goyito entonces, en un embate no exento de sátira e incluso auto-ironía, emprendiendo este definitivo viaje: ¿Ulises de regreso al útero materno?; o, lo que pareciera constituir aquí algo semejante: ¿al reencuentro del tacto?
Tacto
hermoso tacto
escúchame:
Gracias
por siempre gracias
Ni una gozadora entrada a la madera (Neruda) ni un ascético Altazor (Huidobro) que fuera liberándose, cada vez más extasiado, de sucesivas y yuxtapuestas capas de cebolla; nuestro Niño Goyito (“Jeringa”) viaja, por el contrario, desconcertado y cagado en los pantalones. El humor, entonces, tornando más humano el presente “ascenso” o “descenso” y desinflándole oportunamente la llanta a la abstracción. Un vocabulario denso, barroco (casi alucinado) y con puntual peso específico –a lo Adán, a lo Vallejo–da cuenta y colabora en que reparemos y nos solacemos de esta particular búsqueda o hallazgo “del sentido”, el cual, aquí se nos testimonia: “En el cordel borracho las palabras lustrosas se aburren, pero de modo artístico reclaman una venia. La música que en el dolor transcurre se pone de pie. Atípico de furor, verídico de saltos, Jeringa enrolla sus papeles mágicos”
Carlos Eduardo Quenaya ha encontrado finalmente, en La forma del confín, el tono exacto de su decir –ni Rebelais ni Rilke, solos, sino ambos simultáneos– y el punche que para esta jornada requerían sus palabras; en suma, todos y cada uno de sus aparejos de faena. Pero el viaje continúa. PG