Asimismo, a la crítica de poesía que es allí una copia fotostática de lo que otros ya dijeran; aunque todo esto sin poner las comillas, por cierto. Caverna al cuadrado. Ignorancia honda. Muñecos maniatados por ventrílocuos a los que ahora chifla, por ejemplo, Luis García Montero, tal como, hasta no hace mucho, un tal José Kozer.
Por lo tanto, la crítica dominicana debe recomenzar, aunque este prototipo sea imposible por el momento, desde un Pedro Henríquez Ureña bailando, y a espaldas del Palacio Nacional, en algún colmado del Gualey. Otras agendas teóricas, sobre todo las metropolitanas, aplicadas a la media isla, sólo terminan por complacerse a sí mismas, Es necesario conocer profunda y generosamente, con el mínimo de prejuicios, el suelo que lo vio a uno nacer. Y la poesía, por su parte, recomenzar desde la obra de un solitario como Carlos Rodríguez, hasta abrirse a un gesto de estilo más bien comunitario y festivo –que sepa conjurar inteligentemente el dolor– como es el caso de los poemas de Isis Aquino y Glaem Pars. Y seguro los de alguna otra joven, por ahí, insatisfecha de tanta orquestada, generalizada y correcta mecida culturosa.