Desaparecer un cuerpo es lo más semejante a escribir un poema. Este protocolo vuelve al poema semejante a ejecutar un crimen y desintegrar el cadáver. Ata la cultura a la incultura, la paz a la violencia, la vida a la muerte. Ácidos y otros insumos aplicados rápido sobre la piel, músculos, órganos, cartílagos y huesos hasta verlos deslizarse —juntos e indistintos– en el alcantarillado de la bañera. Aunque todo esto auto-aplicado, en primer lugar, contra quien escribe el poema; con análoga medida y similar efecto corrosivo sobre cuerpo y alma. Sobre los recuerdos más tiernos o aquellos más humillantes. Contradicciones y antítesis las cobija por igual la escritura. Diluye la especificidad de lo humano en otra y mayor dimensión. El aroma del mar o el verde amarillo de la retama en primavera. Luego de aplicarme a pensar, parsimonioso y concentrado, no hallo otra cosa que mis ideas ensopadas entre los resbaladizos meandros de mi cerebro. ¿Qué joya me llevo sino el deseo de ser todavía más humano? Olas, lluvia, desierto, noche y tempestades. P.G.
Dedicado a Rodolfo Fuentes, fallecido hace poco en Cumbayá de Quito, y a su compañera María Eugenia.