sábado, 6 de septiembre de 2025

El bosque de deleites fratricidas/ Indran Amirthanayagam


La vigencia del Jardín de las Delicias de El Bosco en la poesía actual es notable. Su influencia no se limita a ser una simple referencia visual, sino que su enigmática y compleja simbología moralista y su (pre) surrealismo resuenan en la literatura contemporánea: Rafael Alberti u Olga Orozco, por ejemplo.  En esencia, la poesía actual encuentra en el Jardín de las Delicias una fuente inagotable de metáforas, imágenes y reflexiones sobre la condición humana ante un mundo caótico que, a pesar de los siglos, siguen siendo sorprendentemente pertinentes.

Sirva esta sumaria introducción para, asimismo, referirnos al último poemario de Indran Amirthanayagam, El bosque de deleites fratricidas (2025), oximorónico en sí mismo, cuyo título y propuesta conecta con aquel famoso cuadro.  Aunque más que surrealismo, en estricto, y crítica social, en este poemario deberíamos hablar de ética y risa.  Esta última, por cierto, conectada a lo automático, a lo gratuito y, consecuentemente, también a lo inconsciente.  Ahora, el humor en este poemario, y valgan verdades en lo que va de la poesía de Indran Amirthanayagam, es complejo e incluso en apariencia insólito; aparece en situaciones más o menos previsibles, aunque también en contextos donde no cupiera el humor ni, menos, la risa.  ¿Carencias o dubitaciones de un escritor políglota (inglés, francés, portugués, creole haitiano) y traductor cuando decide escribir en español? En principio eso creíamos o estuvimos tentados a creer.  Pero ahora, ante este nuevo poemario, sostenemos que aquella risa sorda y desubicada en muchos textos del poeta ceilandés constituyen, precisamente, la zona inconsciente o involuntaria de sus textos; y también, una, muy interesante o productiva.  La cual, de un modo por demás articulado, coincide con el lema de su libro, El bosque de deleites fratricidas, en tanto y en cuanto éste pasa a mutar en Jardín de las Delicias. La risa, lo sostienen los neurólogos, constituye una forma de comunicación innata heredada de los primates (por lo tanto común a todos) y, paradójicamente, está motivada por un estímulo cómico en una minoría de los casos cotidianos. Suele aparecer, de forma más o menos simulada, como complemento emocional de los mensajes verbales; es decir, como signo o síntoma de otra cosa.  En otras palabras, aquella aclimatación sutil e insospechada entre lo ético y la risa, otorga a esta poesía un sesgo que se maneja entre la esquizofrenia textual o el arte intencional de un Groucho Marx.  De esta manera, en estos versos, no nos hallaríamos ante una poesía socialmente comprometida o de auto ayuda más; sino, sotto voce, ante intensos y grotescos retablos del absurdo.  Donde, por un lado, avizoramos la luz de una salida; pero, por el otro, continuaríamos en la sombra de la caverna.  Esta recepción, al menos por parte de este lector, ¿disminuye el valor de esta obra?  En absoluto, más bien, creemos, se pone a real altura de nuestras individuales y sociales decepciones; aunque, paralelamente, adultas y conscientes esperanzas.  P.G.



 

viernes, 5 de septiembre de 2025

MULTIPLICACIÓN DEL SOL/ Gabriel Chávez Casazola

 



El motivo de este poemario parecería coincidir, exactamente, con uno fundamental en la obra de César Vallejo, por ejemplo, en Trilce XIV: “Pero he venido de Trujillo a Lima. / Pero gano un sueldo de cinco soles”.  En ambos casos se rechaza la anarquía o el pesimismo y, más bien, se postula el sentido y la posibilidad de un centro.  Sin embargo, y a pesar del talante insistentemente “panteísta” del discurso del poeta boliviano Chávez Casazola (1972), y de su innegable experiencia y pericia de versificador, nos hallamos ante dos propuestas sólo en apariencia semejantes, aunque diametralmente distintas.  La entraña de esta diferencia estriba en el lugar de enunciación; mientras en Multiplicación del sol (Colombia, 2017; Chile, 2018), a la larga una secuela nerudiana-machadiana, aquél se ubica al exterior del paisaje porque es el sujeto poético hablando y reflexionando lo que para su fuero interno constituye la naturaleza.  Por el contrario, en Trilce, es el sol o Inkarrí el que nos habla desde el  texto; es más, el propio poemario en tanto materialidad u “objeto” adopta al cuerpo mismo del Inca restituyéndose (que Trilce se halla constituido de “fermentos” o “hervores” y no, como en los libros de la vanguardia histórica, de fragmentos). Por lo tanto, la poesía post vallejiana más importante de Bolivia, en el sentido de ensanchar creativamente su legado, e intentar entendernos mejor en tanto andinos globales, continúan siendo, aunque en tonos muy distintos, Jaime Sáenz o Jorge Campero, no Hilda Mundi; y, en la “narrativa”, un autor como Christian Vera y su Ciudad Trilce.  Esto último, si nos animáramos a individualizar cultores; pero si no, todo ese indistinto “bestiario” que es la poesía altiplánica (incluido el llano) lo constituiría  sin distinguir poetas y que, en reflexiones anteriores, ya hemos intentado exponer. P.G.